Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1406
Fin: Año 1474

Antecedente:
Economía castellana en el siglo XV

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

Entre los rasgos más sobresalientes que caracterizaban a la economía de la Corona de Castilla en la segunda mitad del siglo XV, según la opinión del historiador R. Carande, encontramos la existencia de una "postrada industria". Dicha expresión hace básicamente referencia a la industria textil, la cual resultaba muy débil, ante todo si tenemos en cuenta la prosperidad de la ganadería lanar trashumante de la Corona de Castilla. Ahora bien, la producción manufacturera de los reinos de Castilla y León abarcaba asimismo otros muchos campos, desde las ferrerías del País Vasco hasta la fabricación de navíos.
La mayor parte de la población de la Corona de Castilla trabajaba en el sector agropecuario. Pero había sectores de la actividad económica ajenos al ámbito rural que, a finales de la Edad Media, conocieron una notable expansión. Tal ocurrió, por ejemplo, con la pesca, tanto la de altura como la de bajura. Por de pronto pasó a un primer plano la pesca de la ballena, a medida que los pescadores se aventuraban a adentrarse en el Atlántico para su captura. En las zonas costeras, por su parte, se pescaba con vistas a satisfacer la demanda interior. Destacaban, como productos más estimados para el consumo, el besugo de la región cantábrica -en particular el denominado de Laredo-, la sardina de Galicia y el atún procedente de las almadrabas de la costa atlántica de Andalucía.

Otro sector destacado era el de la minería del hierro, localizada preferentemente en la zona de Somorrostro, en el señorío de Vizcaya. La transformación del mineral en metal se llevaba a cabo en las ferrerías, que proliferaron en el País Vasco en el transcurso de los siglos XIV y XV. Allí, aparte de la cercanía a las zonas mineras, había abundancia de agua y de madera, elementos imprescindibles para el buen funcionamiento de las ferrerías. Se conservan las ordenanzas sobre las ferrerías de Vizcaya del año 1440, fuente de suma importancia para conocer tanto el funcionamiento del proceso productivo como la organización del trabajo en las mismas. Sabemos, asimismo, que la producción global de hierro del señorío de Vizcaya, estimada en unos 18.500 quintales a comienzos del siglo XV, llegaba a los 38.500 al concluir el reinado de Enrique IV, lo que suponía que se duplicó en menos de una centuria.

Los núcleos urbanos, como no podía menos de suceder, eran el escenario de una gran diversidad de actividades artesanales, en su mayor parte destinadas al consumo local. Pero algunas de ellas tenían mayor relieve, como la construcción de navíos, localizada ante todo en la costa cantábrica y en la ciudad de Sevilla, en donde se erigieron unas importantísimas atarazanas, la cerámica de Talavera, las armas de Toledo o las industrias de los cueros y del jabón, cuyos centros productivos básicos se hallaban en Andalucía. Valladolid, debido a la presencia frecuente en ella de la corte, conoció el desarrollo de una artesanía de calidad, en la que destacaban los peleteros, los plateros y los iluminadores.

En las Cortes de Madrigal del año 1438 los procuradores del tercer estado hicieron una petición memorable a Juan Il: que prohibiera importar paños y exportar lanas. Los representantes de las ciudades afirmaban que "en los dichos nuestros rregnos se fazen asaz rrazonables paños e de cada dia se faran muchos mas e mejores". La petición, que de haberse adoptado hubiera supuesto un giro radical en la política económica de la Corona de Castilla, no halló eco en el monarca.

Los intereses de los grandes propietarios de rebaños de ovejas, cuya lana se exportaba a Flandes y otras regiones de Europa, primaron sobre los de los artesanos del textil. En realidad la ganadería trashumante prosiguió su expansión en el transcurso del siglo XV, al tiempo que se fortalecía la institución de la Mesta. Paralelamente crecía el valor del tributo que percibía la Corona sobre el ganado trashumante, el servicio y montazgo.

El profesor M.A. Ladero ha demostrado que dicha renta, que a mediados del siglo XV suponía para la hacienda regia en torno al millón y medio de maravedíes, pasó a cerca de cuatro en 1474, año de la muerte de Enrique IV. Así las cosas, se entiende que la conjunción de intereses entre el rey, por una parte, y los grandes magnates, por otra, propiciara el mantenimiento de la política económica vigente. Ni siquiera la medida adoptada por Enrique IV en las Cortes de Toledo de 1462 de reservar un tercio de la producción castellana de lanas para las manufacturas interiores modificó el panorama existente.

Castilla, por lo tanto, era un país exportador de lanas pero poseedor al mismo tiempo de una industria textil menguada. Tal es la imagen tradicional transmitida por la historiografía más reputada. Es posible, no obstante, que haya que hacer algunas matizaciones, particularmente después de los estudios de F. Iradiel sobre la industria textil de Cuenca en la Baja Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna. Según dicho autor había una clara diferencia, en el siglo XV, entre la producción de paños que se realizaba al Norte del Sistema Central y la que se elaboraba al Sur. En la Meseta Norte, la industria textil tenía un carácter rural, utilizaba lana de escasa calidad y producía paños toscos, consumidos preferentemente por los campesinos de la región. Los antiguos focos productores, como Avila o Zamora, estaban en decadencia, aunque algunos, como el de Segovia, pudieron superar la crisis. La pañería de la Meseta meridional, Murcia y Andalucía, por el contrario, concentrada básicamente en núcleos urbanos (entre los cuales destacaban los de Toledo, Villa-Real, Cuenca, Murcia, Baeza, Ubeda y Córdoba), usaba lana de excelente calidad y fabricaba paños finos, en buena parte para ser exportados. Por lo demás la pañería castellana fue receptiva a las novedades técnicas de la época, como el denominado telar estrecho.

El ejemplo de Cuenca pone de manifiesto que, en la segunda mitad del siglo XV, se dedicaba a la industria textil, en una u otra faceta de su producción, de un 7 a un 10 por ciento del total de los habitantes de la ciudad. Hay que tener en cuenta que Cuenca, aparte de la herencia artesanal legada por los musulmanes, se beneficiaba de la proximidad del ganado ovino que pastaba en la Serranía y de la existencia, también próxima, de materias tintóreas. El proceso de producción, sumamente diversificado, era controlado por los llamados señores de los paños, una especie de simbiosis entre industriales y mercaderes. Se sabe, asimismo, que los beneficios logrados por los mencionados señores de los paños podían alcanzar un 15-20 por ciento del capital invertido. En cuanto al destino de los paños conquenses, una parte se vendía al patriciado de la propia ciudad y de las villas próximas y otra llegaba hasta las grandes ferias del reino, como las de Medina del Campo. Pero hay también noticias de la exportación de paños de Cuenca a algunos mercados internacionales de Levante y Berbería.